Si cierro los ojos y pienso en mi infancia, siempre hay flores de por medio. Crecí en una floristería, entre ramos, cintas de colores y el ir y venir de clientes. Pero no en la que tenemos ahora, sino en una tienda pequeñita donde trabajaba toda mi familia y una docena de empleados, algunos de los cuales siguen con nosotros, y otros ya se han jubilado (aunque, si les dejas, todavía intentan echar una mano de vez en cuando).