Hubo un tiempo en que el 8 de marzo olía a mimosa. Aquel amarillo vibrante no solo anunciaba la llegada de la primavera, sino que también se había convertido en el símbolo floral del Día de la Mujer. Pero los tiempos cambian, el clima aprieta y, como nos pasa a todos, hay flores que no aguantan el ritmo.
Si cierro los ojos y pienso en mi infancia, siempre hay flores de por medio. Crecí en una floristería, entre ramos, cintas de colores y el ir y venir de clientes. Pero no en la que tenemos ahora, sino en una tienda pequeñita donde trabajaba toda mi familia y una docena de empleados, algunos de los cuales siguen con nosotros, y otros ya se han jubilado (aunque, si les dejas, todavía intentan echar una mano de vez en cuando).